El mito de la Razón
Luther Blissett
Sección Contraculturas
La intuición esencial es aquella para la que no existe un paradigma único con el cual mirar el mundo para representárselo de la manera justa; nada genérico se da en la historia del momento que es imposible abstraer de la historia. Nuestras visiones son contingentes, históricas y culturales, siempre susceptibles de ser reencontradas e interconectadas de todas formas con el sistema de creencias en el que estamos inmersos.
Así, por ejemplo, la idea de un progreso científico por "acumulación" progresiva de datos a través del Método, resulta al menos infantil y al mismo tiempo autoritaria, no menos que aquella idea hegeliana de un camino unidireccional a través de la autoconciencia del Espíritu. No hay pureza en la razón: los científicos son humanos, insertos en un contexto cultural-lingüístico, y no pueden revelar nada del mundo como es en sí. Pueden decir cuál es la teoría sobre el mundo en el estado actual de la creencia/conocimiento científico. Nada nos garantiza que dentro de cincuenta años no se pueda descubrir que los átomos y los electrones no existen.
Yo no me apeno por nada de esto; me parece preferible un mundo en el que exista una vasta gama de elección entre teorías y puntos de vista diversos, a un mundo en el que reine la aceptación unánime de una sola Verdad. Y la idea de que el camino humano transcurre hacia un margen siempre mayor de certeza y la Historia hacia una ineluctable conclusión, me aterroriza, me pone delante de los ojos la imagen encorvada de Bernardo Guy frotándose las manos.
La ideología racionalista, que ha encontrado en Galileo y Newton sus epistemólogos y en los Iluministas su teoría política, ha tratado de mantener para su propio beneficio un sentido de devoción hacia la Verdad, una verdad material, empírica, pero una por siempre y una sola, una verdad que basta desvelar a través del análisis de la historia y el mundo circundante. Una Verdad estática e inmutable que se revela paso a paso a los ojos de la Razón (al Ojo de la Mente).
Blissett, siguiendo otra tradición, aquella pragmatista, piensa en cambio que la verdad/creencia/visión del mundo no se contempla, sino que se crea, a través de la recombinación múltiple de hechos, teorías, valores. La clave es que Galileo cumplía una actividad creativa cuando construía su modelo científico, creativo y revolucionario respecto al estado normal de la ciencia de su época, que ya había alcanzado su propia Verdad y que justamente lo consideró un herético, es decir -según una analogía medieval conocida- un falsario. Galilei no descubrió nada bello: por el contrario, la Verdad se devanó bajo sus golpes, el margen de incerteza aumentó para todos, el Hombre fue teletransportado del centro a la periferia del universo, el principio de autoridad fue minado radicalmente. ¿Fue un progreso hacia una verdad más verdadera que aquella aristotélica? ¿Se correspondía mejor con la Verdad Objetiva ahí fuera? ¿Quién puede decirlo? Nuestro juicio está condicionado por el hecho de que somos hijos de Galileo, sería como pedirnos que diésemos una opinión acerca de nosotros mismos. Seguramente desde nuestro punto de vista fue un mejoramiento. Fue la puerta de acceso hacia una sociedad más interesante, más libre y articulada. Es todo lo que podemos decir. Tanto más cuando en el siglo XX, teorías como la de Planck (mecánica cuántica) o de Heisenberg (principio de indeterminación) han minado inexorablemente los principios de la física newtoniana y el modelo empírico-observacional de Galileo, revelando sus límites intrínsecos, y han sugerido que la aplicación de la Lógica al ámbito científico, en un largo periodo puede revelarse más bien un impedimento que una ventaja. El padre de la lógica deóntica, G. H. von Wright, debió admitir que la Lógica podía ser tomada como un fundamento de la racionalidad humana, pero esto no implicaba ninguna coincidencia de ésta última con lo real.
Es propio de esta perspectiva que el límite entre "obrar racional" y "obrar irracional" se vuelve lábil, los dos aspectos se compenetran y su contraposición se hace forzada, un pseudo-problema. La racionalidad no existe. Nuestro análisis/acción está siempre teñido de lo que los anacrónicos iluministas llamarían "irracionalidad", rociado de creencias, de preconceptos culturales, de emotividad y elección arbitraria entre teorías. Comprender esto no significa estar dispuesto a aceptar todo, a abandonarse al "puro instinto" o al qualumquismo generalizante /.../. Aceptar la propia contingencia y complejidad al desembarazarse del dualismo clásico no implica condenarse a la impredicabilidad, todo lo contrario. Significa sencillamente que estaremos interesados en la articulación de las formas de vida y de la vida misma, en la globalidad de sus aspectos. Significa que no estaremos interesados en cambio en hipostasiar la distinción entre actuar racional y actuar irracional para lograr aislar la irracionalidad como una bestia negra que hay que abatir a tiros, como un obstáculo en el camino hacia la autoconsciencia en la historia. Negar una componente importante de nuestra existencia lleva a esconderse detrás del dedo reaccionario de una ideología absolutista. Esto equivale estratégicamente a pretender impugnar la religión sustituyendo a Dios por la Razón Divina (Robespierre).
La constatación de que nuestra vida y nuestra visión del mundo están hechas de racionalidad e irracionalidad al mismo tiempo y sin solución de continuidad hace imposible leer la historia como un proceso de afirmación progresiva de una racionalidad intrínseca. Es la diferencia entre ver la revolución como un paso adelante, como el añadido en el camino linear (acumulativo-dialéctico) de la Historia o verla en cambio como el salto cualitativo hacia una visión de la cosa y un plano de realidad radicalmente distintos de aquellos que son eliminados. Es la diferencia entre pensar con Hegel que la dialéctica corresponda a lo real y pensar con Wittgenstein que esa sea solamente una de las teorías mediante las que interpretar el mundo y la historia, no necesariamente la más justa ni universalmente la más útil.
Dos son las cuestiones que han empujado a la masa a rebelarse contra el estado de cosas presente: la insoportabilidad de las condiciones de vida; y la visión de un mundo mejor que se supone realizado después de la revolución. Sin embargo, no hay nada de puramente racional en estos dos elementos. Existe sin embargo mucha inmediatez y escasez de análisis. El análisis -indispensable- lo hacen siempre los teóricos; la participación de las masas se fija a motivos bien diferentes, más concretos y emocionales, no por ello menos válidos e importantes. Y a quien me viene a decir que necesita seguir el Método Revolucionario, respondo que hasta ahora todos los métodos han fallado, puesto que el comunismo está bien lejos de su realización, por lo que dejar de investigar ahora sería dormirse en los laureles (?) de un pasado cada vez más remoto.
A lo que quiero llegar es a asumir el hecho de que, siguiendo una buena actitud pragmatista, ninguna cosa puede ser juzgada indigna a priori de ser usada a fin de sugerir una visión de la vida distinta de aquella que se nos ofrece cotidianamente.
Una metodología pragmatista-blissettiana nos aconseja formular análisis, vale decir hipótesis, respecto a determinados fines, y verificarlos en la praxis. Confrontando los resultados y los fines descubriremos dónde no ha funcionado el análisis y podremos corregir el tiro. Esto es lo que Blissett está haciendo con las categorías de identidad y de individuo, y con la teoría corriente de la verdad.