¿Por
qué estudiar el mito y el rito como objetos de la historia del Arte?
En el presente
ensayo, intentaremos explicar las principales teorías que analizan los mitos:
la fenomenología y la historia de las religiones (Mircea Elíade), y el estructuralismo (Claude
Lévi-Strauss);
ahondando en la simultaneidad Mito/Rito.
Intentaremos
exponer la problemática en el análisis del complejo Mítico/Ritual de manera concisa y
sencilla para que, tras la asimilación de nuevos argumentos y una adecuada
interpretación enriquecedora, podamos comprender la relación entre los
elementos simbólicos.
Sin más, este
será el temario a abordar:
(CONCEPTOS
CLAVE: MITO – RITO – SÍMBOLO)
1.) El Arte y
lo Simbólico.
2.) Mito y
Ritual.
3.) Dos modos
de entender las relaciones entre Mito y Ritual:
A. Mito
antecede al Rito.
B. Mito
y Rito son simultáneos.
4.) La máscara
y sus relaciones con el complejo Mítico/Ritual:
A. La máscara Kanaga.
B. La máscara Dzonokwa.
C. La máscara
de Diablo.
5.) El cuerpo y
sus relaciones con el Arte, el Mito y el Ritual.
El Arte y lo simbólico
En
este punto nos introduciremos en el mundo de las relaciones entre los símbolos,
las artes y la religión, entendiendo este último término en un sentido amplio,
como un conjunto de prácticas histórica y culturalmente situadas en una
comunidad determinada, que regula las diversas relaciones que ésta mantiene con
lo imaginario y sobrenatural. Tanto el arte como la religión se valen de símbolos.
Éstos son las principales producciones de la intensa vida mental humana, al
punto que la Lingüística, la Semiótica, la Antropología, el Psicoanálisis, etcétera,
y no sólo la Historia del arte o la religión, se ocupan de lo simbólico. Es por
ello que su abordaje requiere de una mirada interdisciplinaria.
Puede decirse,
en general, que entramos en el mundo de lo simbólico cuando las cosas
parcialmente dejan de ser lo que son, para significar o aludir a realidades no
visibles o perceptibles en el plano de su evidencia. En efecto, todo símbolo,
esconde o cifra “tras” de sí un misterio, algo que no puede (o no debe) ser
aprehendido de manera directa.
Como es
corriente encontrar en los textos antropológicos desde Claude Lévi-Strauss, la
cultura puede considerarse un conjunto de sistemas simbólicos, como el
lenguaje, las reglas matrimoniales, las relaciones económicas, el arte, la
religión, etcétera. Debemos destacar que todos estos sistemas se encuentran
relacionados entre sí, de manera que es artificial recortar el arte, la religión,
o cualquier otro sistema de la trama de significaciones de la cultura. Todos
estos sistemas aportan “fibras”, y éstas construyen o “tejen” la trama de
significaciones simbólicas en que se desarrolla la vida humana, como lo señala
Clifford Geertz.
[1]
Una paradoja
central del mundo simbólico, es su dualidad: los símbolos son inventados y
naturales, históricos y esenciales a un tiempo. Muchos autores (entre los que
se cuentan tanto los defensores del estructuralismo como sus críticos)
distinguen, por razones más o menos similares, al mundo de los signos del de
los símbolos. Mientras el primero es arbitrario e inmotivado (por ejemplo el
signo ‘+’ en el sistema de las Matemáticas: 2 + 2 = 4), el segundo tiene una
motivación histórico-cultural. Por ejemplo, el signo ‘+’, en el sistema del
cristianismo, es el símbolo de la Cruz, rememorando la experiencia de Jesús.
Sin embargo, este símbolo, presentado hoy como “natural” del Cristianismo,
tiene su historia, dado que no siempre representó a Cristo en el momento de su
muerte.
Los
símbolos como vehículos comunes, relacionan especialmente el mundo del arte y
el de la religión. En ambos, los sonidos, figuras, acciones y palabras aluden a
menudo a cosas que no están ahí. Muchas prácticas que tienen como vehículo la “belleza”
no pueden separarse, de manera implícita, de alguna forma de fe. La palabra
latina religio significa algo que se hace con escrupulosa atención por los detalles,
como los pasos y la estética de un Ritual. Esta palabra se relaciona asimismo
con un verbo, religare, que significa “atar junto”. Ambas referencias etimológicas
dicen mucho de lo propio de cualquier religión y también de cualquier grupo
humano congregado por alguna forma de “culto” estético, donde la atención
escrupulosa a los pasos rituales y a los signos de pertinencia y pertenencia
nos recuerdan las ceremonias religiosas, como los “balletómanos”, los “rockeros”,
los “fashion victims”, etcétera.
En la historia
del arte y de las ideas estéticas, muchas veces los autores plantean relaciones
entre mundos simbólicos, que se expresan en forma de categorías estéticas y
estilísticas, como apolíneo/dionisíaco por Nietzche, clásico/barroco por Wölfflin,
alto/bajo por Bajtin
[2]
. Estos mundos contrapuestos
deben ser considerados desde su relación (o tensión entre cada par de opuestos)
más que en su “pura” oposición, dado que (siguiendo los pasos del
post-estructuralismo, por ejemplo el ya mencionado Clifford Geertz) ésta no
existe. Hay en cambio tensiones o situaciones, que son históricas y deben ser
localmente situadas.
Es indudable,
por otro lado, que el binarismo -aparentemente neutro- esconde en realidad una
intención. Apolíneo, clásico y alto, por ejemplo, guardan una estrecha relación
entre sí, y a su vez se relacionan con masculino, hegemónico, etcétera.
Esto remarca la
relación de los símbolos con el Poder. Como condensaciones de aspectos
culturales, estos signos “esenciales” expresan y sitúan jerárquicamente valores
sostenedores de estructuras. Como muchas veces la jerarquía se relaciona con el
conocimiento o capacidad de cifrar/descifrar misterios, no debe extrañarnos que
los sacerdotes hayan sido y sean aún en muchas civilizaciones, los principales
comitentes de arte. En los períodos laicos y republicanos, en plena modernidad,
encontramos sin embargo la misma demanda simbólica, como lo comprueba el
proceso de invención de los estados nacionales, donde la bandera, el himno, etcétera,
adquieren lugares relevantes, lo mismo que el censo, los museos y el mapa,
principales elementos de lo que el historiador inglés Benedict Anderson
denomina “gramática nacionalista”
[3]
.
Por el carácter
simbólico de todo arte (su capacidad de demostrar algo que no está ahí), y el
carácter histórico, dinámico o performativo de los símbolos (cada cultura,
localmente situada, va construyendo o modelando el significado de los símbolos
con sus prácticas), la historia del arte está relacionada casi siempre con
contextos litúrgicos o rituales específicos, que requieren para su interpretación,
como vemos, de la colaboración de la antropología y otras ciencias interesadas
en los símbolos, además de la historia, para comprender aspectos relacionados
con las performances
[4]
o experiencias localmente situadas de las “obras de arte”.
Mito y Ritual
Una
definición tradicional de los mitos, nos dice que éstos son relatos orales,
colectivos y anónimos que cuentan un origen, sea de una cultura en su conjunto,
o de algunas de sus prácticas más significativas.
El pensamiento
racionalista iniciado en Grecia y desarrollado plenamente por la Modernidad,
los opone tanto a la historia como al logos. Con “racionalista”, me refiero al
proceso iniciado en Jonia en el siglo VI a.C., con los filósofos de la
naturaleza,
y sus intentos de explicar los procesos naturales sin acudir a las
explicaciones míticas.
Luego de una
larga tradición de predominio en Occidente del pensamiento racionalista,
relacionado con el método científico, el desarrollo técnico y tecnológico, el
cuerpo disciplinado, etcétera, éste comienza a ser cuestionado a fines del
siglo XIX, en pleno auge de la Modernidad, período racionalista por excelencia.
Uno de los
principales ataques, provienen del filósofo alemán Friedrich Nietzsche,
precursor de las vanguardias y autor de las categorías apolíneo/dionisíaco, quien
critica tanto a los griegos (simbolizados por Sócrates) como al cristianismo
(simbolizado por Cristo) por haber alejado al hombre de su “instinto”. Otras críticas
al racionalismo y sus supuestos (y por lo tanto, reivindicaciones del símbolo y
el mito), se relacionan con interpretaciones religiosas y filosóficas laterales
a las religiones oficiales, como por ejemplaso del pintor ruso
Alexej Jawlensky, cuyas búsquedas describiremos más adeo la Teosofía, y provienen de la
vanguardia artística que inicia el siglo XX, como el clante.
Alexei Von Jawlensky - Einsamer gruner Baum (1917)
Debe remarcarse que otras interpretaciones, más peligrosas y nefastas, sirvieron para la puesta en escena de sistemas totalitarios manipulatorios, como el nazismo.
Dos modos de
entender las relaciones entre Mito y Ritual
Consideramos,
de manera que intentamos ser coherentes con lo propuesto para el análisis de
categorías estéticas o estilísticas “tensas” (o sea, la búsqueda de “situaciones
de interés” más que los opuestos irreconciliables), que no se puede plantear el
análisis de los mitos aislados del mundo de los ritos.
Para explicar
brevemente esta idea, haremos previamente un bosquejo de las dos posiciones
dentro de las Ciencias Sociales contemporáneas sobre el particular:
A.
Mito antecede al Rito.
Entre
las teorías de tipo ‘A’, se encuentra paradigmáticamente situado el
Estructuralismo. Esta teoría tiene su origen en la Lingüística, ciencia que se
sistematiza de manera pionera o modélica entre las Ciencias Sociales. El acento
recae en las relaciones de anterioridad ejercidas por todo sistema por sobre
toda práctica (por ejemplo, la lengua sobre el habla), incluida la relación de
anterioridad del mito sobre el ritual, debido a la cual el rito queda relegado
a la mera reproducción del mito, y la práctica ritual en sí no ofrece un lugar
para la experimentación ni para la creación.
La explicación estructuralista, se basa en el supuesto de que toda actividad humana puede analizarse científicamente según el modelo del lenguaje. Con esta base lingüística, intenta hallar elementos en los ciclos míticos que permitan construir haces de significados o mitemas. Esas relaciones, encontradas por el investigador, constituyen justamente la “estructura” que éste supone que subyace al fenómeno investigado. La fundación de esta escuela o movimiento suele adjudicársele a Ferdinand de Saussure, con su concepción dualista del lenguaje y del signo, aunque fue otro lingüista, Roman Jakobson, quien le dio nombre al movimiento y en quien se inspiró Claude Lévi-Strauss, antropólogo francés que, como ya quedó expresado, es uno de los principales referentes de este movimiento intelectual triunfante hasta fines de los ’60 [5] . Para éste, toda práctica lingüística puede ser analizada buscando su estructura profunda, originada en última instancia en la biología de la mente humana, en la tendencia universal a establecer dicotomías que la ayudan a “pensar mejor” el mundo, a imponerle un orden racional a los acontecimientos. Esta imposición de sentido, que opera mediante la reducción, tiene la ventaja de establecer una dicotomía en principio menor que la planteada al origen, que no tiene solución posible.
El mito es una de las explicaciones favoritas del Estructuralismo, ya que en la construcción presentada el pensamiento mítico parece exponer estas dicotomías y mediaciones, que acortan la distancia que existe entre el intelecto y lo incomprensible. Lévi-Strauss estudió relaciones entre mitos de diversas sociedades tradicionales de América, encontrando que funcionaban según un pattern o modelo compartido, con significados fundamentales o “estructurales” presentes en todos los mitos. Estos significados integraban para él, patrones narrativos compuestos por esas oposiciones binarias que describimos previamente.
Lévi-Strauss nos presenta un ejemplo de su método en el análisis de mediación que realiza entre los Zuñi, un pueblo de las praderas norteamericanas.
Mujer Zuñi con jarrón (1903)
Para ellos el héroe civilizado es el coyote. Las sucesivas operaciones lógicas que realiza el intelecto zuñi para llegar a este símbolo son las siguientes:
-Reino Animal/Reino Vegetal (ambos del orden ‘Vida’).
-Herbívoros/Carnívoros (ambos del orden ‘Reino Animal’).
-Coyote. No es herbívoro ni carnívoro, porque no mata a otros animales para alimentarse, sino que lo hace de los restos dejados por otras especies. Es el mediador, por cumplir los requisitos propios de los herbívoros y los carnívoros al mismo tiempo. Este dualismo del coyote, esta ambivalencia, es lo que lo reviste, según lo que venimos exponiendo, de carácter simbólico.
La posición estructuralista es muy utilizada para el análisis de los cuentos y otras expresiones de cultura popular que pueden relacionarse con el mundo del mito.
En Cenicienta, por ejemplo, nos encontraríamos con las siguientes oposiciones (o tensiones en juego, desde el punto de vista que hemos adoptado, que no coincide en esto con el Estructuralismo): juventud/vejez, bondad/maldad, belleza/fealdad, riqueza/pobreza, aristocrático/plebeyo, pies chicos/pies grandes, etcétera. La versión “canónica” es que la rubia y buenísima Cenicienta, posiblemente ayudada por sus aristocráticos pies chicos, consigue quedarse con el príncipe, derrotando en sus aspiraciones nupciales a sus malas y ‘patonas’ hermanastras.
Dentro del amplio espectro de teorías que comparten con el Estructuralismo esta posición de anterioridad del mito sobre el rito, se encuentran quienes buscan en los mitos temas, categorías o arquetipos universales, como los científicos del campo de la Fenomenología y de la Historia y la Psicología de las Religiones. Extremando sutilezas, puede decirse que todas estas teorías no le dan una gran importancia al ritual, menos aún como contraparte creativa del mito. Estas teorías comparten con el Estructuralismo la presuposición de un universo simbólico más o menos estático, que no sufre mayores variaciones en el tiempo, y no analizan los símbolos en sus contextos específicos de apropiación. Como el Estructuralismo, opinan que el mito es anterior al ritual, el sistema a la práctica, la estructura al acontecimiento, etcétera.
Para autores como Mircea Eliade [6] , a quien tomaremos como referente, las categorías del pensar mítico son aspectos o temas universales, o sea que aparecen en todos los mitos, sin distinciones históricas ni culturales. Sintetizaremos a continuación cada una de estas categorías, tratando de ejemplificar con cuestiones que quizás sean comprendidas con mayores matices luego de leer la exposición completa.
-Idea de divinidad: se relaciona con la presencia de fuerzas o poderes sobrehumanos, que pueden manifestarse de diversas maneras: espíritus, dioses, héroes civilizadores, etcétera. No siempre esta presencia es clara y positiva. A veces, como ocurre en las culturas andinas contemporáneas, la divinidad es ambigua, y a menudo una imagen cristiana sirve de expresión a contenidos prehispánicos, como el caso de la identificación entre el Apóstol Santiago e Illapa (una divinidad meteorológica que los cronistas describen como el rayo). Sin duda, tuvo que ver en la identificación el sonido inédito de los cascos de los caballos españoles, y el terror religioso que éste despertó en las mentes de los indios. Una vez establecida la Colonia, como la gente adoraba a Illapa en la figura de Santiago (quien también va a caballo), la Iglesia extremó precauciones. Para evitar la confusión, ordenó: “Nadie se llame Santiago -entre los indios- sino Diego” [7] .
Debemos recordar que esta asociación tuvo para los pobres indios las más lamentables consecuencias. Santiago había sido el paladín en la reciente expulsión de los moros y los judíos de España, llevada a cabo por los Reyes Católicos. Una imagen iconográfica era “Santiago matamoros”, que aquí pronto pasó a ser “Santiago mataindios”.
-Espacio sacralizado: el espacio mítico es un espacio “sagrado”, es decir, ocupado plenamente por lo sobrenatural, simbólico e imaginario, lo cual permite la coexistencia témporo-espacial de hechos, centros y niveles, distanciados desde el punto de vista de la geografía, la historia, etcétera. El Incario, con el Cuzco como centro simbólico del cual salían los cuatro c’eques, que articulando waqas o puntos sagrados, trazaban las cuatro direcciones geopolíticas y administrativas, es un ejemplo de espacio sacralizado.
-Tiempo sacralizado: mientras que la idea de tiempo que ha prevalecido en Occidente es lineal y evolutiva, la idea temporal presente en los mitos es circular, debido a que en el mito se vinculan más la alternancia y la simultaneidad, que el progreso de un estado con respecto a otro estado anterior.
El tiempo sagrado, a diferencia del ordinario, donde mueren las cosas, es eternamente recuperable, dado que tiene la capacidad de regenerarse a sí mismo. Esta idea de tiempo alegoriza o simboliza lo que se observa en los ciclos vitales, como noche-día o verano-invierno, pretendiendo, como la mayoría de las religiones, que la vida no termina en la muerte.
-Pensamiento analógico y causal: desde el punto de vista de la fenomenología de las religiones, existen dos maneras de pensar u operar el pensamiento, una analógica y otra causal. En el mito operan ambas, es decir que podemos encontrar en el relato mítico las mismas relaciones de causa y efecto que se encuentran en el pensamiento lógico, conviviendo con otras no observables, como las analogías o verdades que las cosas ocultan tras su apariencia.
-Mundo
sexualizado: el mundo del mito es sexualizado, fruto de la cópula entre poderes
complementarios, que se expresa en la naturaleza dual y a la vez dinámica de
los símbolos. Es por ello que en el relato mítico el cosmos, la naturaleza y lo
humano aparecen atravesados por una serie de aspectos que abarcan y definen
tanto a lo “masculino” como a lo “femenino”, expresando a menudo con ello
cuestiones jerárquicas, como arriba/abajo, seco/húmedo, actividad/pasividad,
etcétera.
No hay relación de anterioridad, y los rituales en sí son tanto reproductores como productores de sentido. El mito y el rito no aparecen, en este marco interpretativo, separados como dos momentos diferentes, más bien uno va haciendo al otro. Responden a esta línea, en general, aquellos enfoques que privilegian la experiencia y el acontecer, los procesos de constitución por sobre el sistema y la estructura, entre ellos la simbología comparativa. En nuestra clasificación, según las teorías de tipo A, para que algo actúe debía existir previamente; en cambio, para las teorías de tipo B. la propia acción es creadora y mutadora de los sentidos y materialidades. Los símbolos, los mitos y los ritos “se van construyendo” juntos.
Mientras unos ponen el acento, como vemos, en la reproducción o la representación, otros lo hacen en la experiencia (o performance). El interés se desplaza desde el sistema (el mito) hacia la acción de los actores concretos implicados en cada ritual, históricamente situado, y no supuesto como un punto de una serie homogénea y continua de hechos similares.
El antropólogo británico Edmund Leach [8] , quien vivió a principios del siglo XX, ya observaba que lo que es el mito a la palabra, es el rito a la acción, ya que mientras se puede definir al primero como una exposición en palabras, del segundo puede decirse que es una exposición de unidades dramáticas, o formas de acción.
Pero es otro inglés al que debemos la teoría sobre el ritual que utilizaremos. Se trata de Victor Turner, y su propuesta de Simbología Comparativa, quien define al ritual como una performance transformativa, reveladora de clasificaciones, categorías y contradicciones del proceso cultural [9] .
El rito no es una mera repetición de fórmulas fijas, sino que es la fuente generadora por excelencia de la cultura y la estructura, lo cual logra en especial una fase liminal o intermedia, que se cuenta principalmente en los rituales iniciáticos, en la cual los sujetos rituales sufren cambios y se transforman en otros individuos sociales.
Generalmente, la iniciación está relacionada con el conocimiento gradual y progresivo del relato que justifica la existencia del grupo; el poder adquirido (conocimiento) se marca con señales en el cuerpo de los iniciados, tales como lavados, tatuajes, orificios, cortes de pelo o de otras partes del cuerpo, escarificaciones, etcétera.
Los ritos iniciáticos cumplen ciertos pasos, que comienzan con la separación de los individuos del resto de la comunidad y de la existencia cotidiana. Sigue su preparación en unos saberes determinados, que se completa en un lapso regido por restricciones, generalmente sexuales y alimentarias; y culmina con su reintegro ceremonial a la comunidad con otro status.
El de communitas es un concepto central en la teoría de Turner. También llamada “antiestructura” por el autor británico, es un modelo de relación social no estructurado o rudimentariamente estructurado, que se opone a nuestro modelo de existencia cotidiano (la estructura), el que está fuertemente determinado y jerarquizado por posiciones económicas, jurídicas y políticas. La communitas es una relación colectiva que se establece entre individuos concretos, en la cual éstos logran encontrarse y producir un sentimiento de poder infinito, una sensación de fluidez (flow), por el cual desaparece la conciencia individual y todo dualismo.
Podemos decir que para las interpretaciones “ritualísticas”, el mito no es anterior al ritual, sino su contrapartida; es decir que el rito es el laboratorio experimental donde la cultura se reproduce mediante el ejercicio de sus facultades creativas.
La máscara y sus relaciones con el complejo Mítico/Ritual:
Las máscaras son símbolos de
importancia de muchas culturas. Han sido y son utilizadas desde tiempos remotos
en rituales sagrados y eventos sociales, para otorgarles un sentido simbólico y
mágico. Simbolizan las necesidades, los miedos y las inquietudes de una
comunidad y representan el deseo del hombre de ocultarse y a la vez de
manifestarse transformado, escondiendo su identidad para revelarse en forma
diferente. Sus formas se inspiran en la naturaleza y según la cultura pueden
adoptar formas animales o humanas.
Han sido utilizadas para propiciar
la fecundidad de la tierra y la abundancia de las cosechas, para triunfar en
las guerras, curar enfermos, castigar a los criminales y para mantener el
equilibrio entre las fuerzas del bien y del mal. Se supone que fueron los griegos los
que comenzaron a emplear máscaras en Occidente, para las festividades y en los
teatros; y posteriormente fueron utilizadas también por los romanos.
A. La máscara Kanaga.[10]
Este
símbolo se destaca del rico conjunto de objetos que los Dogón realizan con
fines tanto ceremoniales como estéticos, en una zona retirada de la actual República
de Mali donde viven desde hace siglos. El arte de este pueblo es uno de los
ejemplos de arte ‘clásico’ africano. En efecto, dentro de un estilo reconocible
–como el de Ifé y Benin- por su gran refinamiento formal, la máscara
Kanaga contrasta a causa de su extraña austeridad formal y simetría. Quizás por
el deseo de mantener reconocible el signo principal de la máscara, ésta
representa muy sintética y linealmente a un zorro con las cuatro patas
extendidas visto desde arriba.
La
importancia central o “pivotal” de la Kanaga en los rituales de los dogón, se
debe en gran medida a que ésta evoca, con su simetría y sencillez, a la vez que
al zorro, a la estructura interna de la semilla de fonio, voz que describe un tipo
de sorgo, base de su alimentación, que a su vez designa a la estrella de Sirio,
base del extraño calendario dogón, y de sus especulaciones astronómicas. Esta
semilla se relaciona también con el huevo cósmico donde se sitúan los cuatro Nommos o antepasados míticos del
pueblo Dogón. Los Nommos son gemelos o “siameses”, cuya existencia se plantea
necesariamente de a pares. Una mitad es masculina y la otra femenina.
Este
mismo pattern simétrico y “minimalista”, de base matemática, puede advertirse en sus
mitos, la organización de sus aldeas, y otras realizaciones culturales, económicas
y morales que sólo aparentemente no tienen que ver con la estética, la religión
o el entorno ambiental en que se desenvuelve la cultura dogón. Todas estas
construcciones simbólicas se apoyan en la especulación en torno al número dos y
sus progresiones.
Según
los mitos, Ogo, mitad masculina de uno de los gemelos Nommo, se reveló y salió
prematuramente de la “placenta”, representada por el huevo cósmico dividido en
cuatro partes, rasgándola y arrastrando consigo un pedazo de la misma, con la
cual procreó en la Tierra. Esta primera creación no estaba destinada al éxito y
fue el origen del desierto. Ogo fue castigado por Amma, quien lo transformó en un ser
incapacitado de hablar y de engendrar. Para completar su castigo, lo fijó en el
desierto, en forma de zorro o Yurugu, con sus cuatro patas extendidas,
forma que reproduce la cimera de la máscara Kanaga.
Los
dogón, por medio de las formas de la máscara, y su acción en los rituales,
intentan controlar lo siniestro y lo estéril, representados por Ogo/Yurugu/ el desierto/la
esterilidad, al tiempo que auspiciar la segunda creación de Amma, de la cual descienden los
dogón y, en sentido figurado, el género humano. Luego de su primer intento
fallido, Amma, en efecto, envió a la Tierra a los gemelos de la otra mitad. Con éstos
aparecieron la luz y la lluvia, la cual purificó y fecundó el suelo antes
profanado por el estéril y siniestro Ogo, y permitió que se sembraran las
semillas de fonio que los gemelos, antepasados míticos de los dogón, trajeron
consigo.
La
manifestación de Amma en la semilla, donde figura el hombre, se denomina una
hierofanía, o manifestación de lo sagrado en lo profano. El concepto encierra
una paradoja, ya que el objeto profano en el cual se produce la hierofanía
nunca deja de ser él mismo (en este caso, la pequeña semilla), aunque a su vez
pase a ser otra cosa (la prefiguración por Amma de lo humano).
En
rituales que marcan la alternancia de los ritmos agrícolas, la Kanaga rememora
el mito cosmogónico, como una especie de “ayuda-memoria” colectivo. La máscara,
que culmina en una alta cimera semejante en rasgos generales a una cruz de
Lorena, a la que se agrega la cabeza de zorro, se contorsiona a partir de la
cintura del bailarín. El extremo superior, la cabeza, parece rozar la tierra en
cada giro, como si con su forma fálica pretendiese penetrarla infructuosamente,
alegorizando a Yurugu, privado del lenguaje y estéril a causa del castigo de Amma, y performando la fertilidad y la
abundancia escondidas en la estructura “profunda” de la máscara.
B. La máscara Dzonokwa.
Alejándonos
bruscamente del anterior escenario nos encontramos, en el extremo opuesto del
mundo, con otras gentes muy diferentes a los dogón: los haida, los kwakiutl,
los bella-coola y otros pueblos nativos de la costa septentrional del Pacífico.
Sus
máscaras son realizadas por hombres, ya que lo simbólico distingue el arte
masculino del femenino, el cual está “limitado” al ámbito textil (como las
mantas chilcat), la cestería, y otras realizaciones donde lo funcional se une a
lo decorativo y abstracto. Esto al menos, desde las observaciones realizadas
por Franz Boas a fines del siglo XIX
[11]
. Quizás, desde una mirada
actual, podríamos objetar esta división relacionada con la de artes mayores y
menores, que el culto antropólogo “traía en la cabeza” formada en la alta
cultura centroeuropea, con su incapacidad de leer contenidos en los diseños
abstractos de la altamente elaborada cestería y artes textiles locales, obra de
mujeres.
Estos
interesantísimos pueblos norteamericanos
[12]
, basaban su organización
social en el control monopólico, por algunas familias o linajes en permanentes
conflictos territoriales, de los territorios de pesca y de las riquezas
minerales.
Sus
rituales más famosos son los potlatches (potlatch en singular). Por razones
puramente culturales o rituales, dividían el año en una mitad sagrada (tseseka) y otra profana (bakus). Los mitos señalaban los
rituales correspondientes a cada una de las mitades, los clanes que
preponderaban en una u otra mitad y las máscaras y otros elementos estéticos
correspondientes. La mitad sagrada se dedicaba a los ritos de diferentes cofradías
religiosas, como los que tenían el monopolio de uso y fabricación de Dzonokwas,
el ejemplo que tomaremos para nuestro análisis. Éstas se relacionaban con
ciclos míticos que presentan el mundo caótico que acecha en el bosque, la montaña
y las profundidades, bordes culturales que revisten un carácter sagrado y
peligroso. Eran máscaras de aspecto grotesco, que aparecían con su andar torpe
característico y su grito inarticulado -que recordaba el lenguaje de las
bestias- en el interior de las elegantes viviendas donde se celebraban los rituales,
que duraban varios días.
Eran
propiedad de un clan jerarquizado en la mitad sagrada (Tseseka) del año. Su color negro y
su aspecto repulsivo, en un contexto caracterizado por un gran refinamiento, así
como sus ojos hundidos, sus senos colgantes y su andar desgarbado, evocaban lo
salvaje, lo informe o lo no civilizado. Todos estos rasgos eran atribuidos míticamente
a una especie de ogresa que habitaba los bosques, secuestraba a los niños y los
llevaba a su cueva en un saco (como “el hombre de la bolsa” en ciertas regiones
de la Argentina) para comérselos. La máscara, que es ciega o semiciega (así lo
proclaman sus cuencas vacías), se desliza por la escena ritual gracias a
elementos auxiliares como cuerdas. Su andar es torpe y vacilante y a menudo
necesita que la conduzcan. Cuando no se mueve, se queda dormida.
C. La máscara de Diablo.[13]
La
máscara de Diablo es el símbolo “pivotal” de la Diablada, el conjunto más
famoso de la fiesta andina. Es un ejemplo de síntesis de elementos europeos y
americanos, a los que debemos agregar los asiáticos. Mucho hay que decir, para
comprender algo de la performance de la máscara, acerca de la representación de lo
diabólico en las danzas y fiestas andinas. Todas ellas representan conflictos
no resueltos, originados por la Conquista, acerca del carácter diabólico de los
cultos locales. El personaje siniestro se encontraba ligado en la mente de los
conquistadores españoles a la embriaguez, ésta a su vez con la promiscuidad
sexual, la “sodomía” (prácticas homosexuales) y la idolatría.
La
libación era para los nativos una cuestión ritual que les permitía establecer
lazos invisibles a los cuales los invasores temían. La Compañía de Jesús,
establecida en el Perú desde 1568, fue la encargada por el Segundo Concilio de
Lima de eliminar las prácticas antiguas, lanzándose en una campaña de extirpación
de idolatrías. Para ellos, embriaguez y sacrilegio iban juntos, como lo expresa
Acosta en 1550: “Con increíble astucia supo el demonio sazonar todo su culto en
este Nuevo Mundo con la embriaguez, y al mismo tiempo toda embriaguez consiguió
que fuera acompañada de algún culto suyo. Los mejores conocedores de cosas índicas
dan por cierto que no hay ninguna borrachera un poco solemne y ninguna vigilia
de las fijas y establecidas que no se manchen con algún género especial de
superstición y sacrilegio…”
[14]
. Podríamos decir que lo demoníaco se integraba en una cadena
ritual que comprendía para los Jesuitas en un mismo registro narrativo el
regreso de los muertos, el poder benefactor de los ancestros y las visiones
provocadas por el alcohol u otras sustancias, como el cactus achuma o San Pedro.
Oriunda
de Oruro, la Diablada
[15]
se baila tanto en la ciudad minera como en Urkupiña (cerca
de Cochabamba, en honor a la Virgen) y en la fiesta del Señor del Gran Poder en
La Paz, las otras fiestas que compiten en importancia en Bolivia.
En
el mundo andino contemporáneo, el Diablo parece actuar, pese al celo de la
Iglesia, como una contraparte peligrosamente próxima a lo divino, más cercana
en ciertos aspectos al Tio de las minas que al Satán de los manuales de catecismo.
Este
carácter engañoso, nos lleva a preguntarnos cuál es el verdadero significado de
la máscara en el contexto de la embriaguez festiva
[16]
.
El
sostén ideológico de la ficción por la cual se suponía que el Diablo había ‘desembarcado’
en América antes que sus conquistadores europeos, no fue para nada beneficioso
para los pueblos nativos, ya que les otorgaba a los españoles la “Misión” de
introducir la religión verdadera con el fin de expulsar el mal. Para los
españoles, los dioses nativos eran fachadas tras las cuales actuaba el Diablo,
que era enemigo del mundo cristiano y la civilización y por eso, su adoración
era percibida como un desafío a la Iglesia y la sociedad colonial en su conjunto.
Este
temor les permitió ver la misma puja europea entre el bien y el mal en el Nuevo
Mundo, cuando en realidad la visión andina percibía más fuerzas recíprocas y
complementarias de oposición, que una separación radical entre bien y mal. Este
enfrentamiento performativizado que es el núcleo de la Diablada deriva de los
antiguos autos sacramentales medievales (del latín actus, acto, acción y sacramentum, sacramento, misterio),
obras religiosas en España y Portugal que trataban de problemas morales y teológicos.
En general, adoptando uno de los recursos festivos más característicos, la
forma “cortejo”, el espectáculo era presentado sobre carros. Alejándose de los
cánones de la liturgia oficial, mezclaba episodios de la Historia Sagrada con
farsas que bien podrían ser analizadas según las categorías de Bajtin como
cultura “baja”
[17]
. Por eso, su relación con
la Iglesia era conflictiva, lo cual culminó con su prohibición en 1765
[18]
.
En
América, el género festivo pervive en la fiesta popular. En el conjunto que nos
ocupa, se distinguen netamente la máscara diabólica y su oponente Miguel, que
aparece vestido con la ropa que le determina la iconografía clásica como Ángel.
Usa faldellín, ropaje femenino que combina con coturno y coraza, como las
legiones romanas, elementos paradójicos, como señala Teresa Gisbert, pero
convenientes a seres asexuados como los ángeles. Así ataviado, con sus alas
blancas y flamígera espada, enfrenta la hueste diabólica, formada por
cantidades variables de demonios, agrupados en categorías como diablos
“mayores” y “menores” y grupos temáticos, como “Los Siete Pecados Capitales”
[19]
.
Centrándonos
en la máscara del una y otra vez derrotado Lucifer, débase destacar que la
misma es conocida internacionalmente como símbolo del carnaval de Oruro, e incluso
una de las “caras” (en sentido de signo principal)
[20]
de la nación boliviana para
los turistas. Antiguamente, las máscaras de diablo estaban hechas de yeso, pero
por razones de peso, han sido reemplazadas en su mayoría por las de hojalata
[21]
. Sus rasgos son más
animalescos y fantásticos que humanos. Su estilo parece chinesco. Es difícil
interpretar esta última presencia en los Andes, aunque no debemos olvidar que
lo estamos haciendo en un contexto festivo, y es posible que haya ido
influyendo en su iconografía la gráfica de la pirotecnia, así como textiles,
lentejuelas, perlas y otros materiales importados por los bordadores, que
realizan también las máscaras. La idea de disyunción –presente en toda
máscara- se subraya con abruptos contrastes y discordancias colorísticas. La
paleta diabólica utiliza colores dominantes cálidos (rojo, amarillo y
anaranjado) que hablan de las llamas del infierno. La combinación de estos
tonos cálidos con otros fríos, como el violeta, el azul, y el verde, más el
magenta y los colores metalizados, confieren a la máscara un efecto ígneo e
incandescente.
Si
buscamos qué significa este contraste exacerbado en el imaginario aymara tradicional, encontramos
importantes estudios que relacionan diferentes aspectos de éste a través de la
lingüística y la semiótica. El signo “contraste de color=disyunción o
conflicto” aparece expresado en el imaginario tradicional a través del lenguaje
y otras realizaciones estéticas, principalmente el tejido. Allqa, el término nativo que
designa contraste, también designa disyunción. En este sentido puede decirse
que en la máscara de Diablo, todos los signos, tanto formales como temáticos y
colorísticos, dan cuenta más de disyunciones que de conjunciones estéticas.
Los
ojos desorbitados, parecen expresar esta situación de allqq, extremo contraste o
deslumbramiento
[22]
. A veces, los ojos están
hechos con bombillas corrientes de luz, lo cual aumenta el efecto “eléctrico” y
luminoso, como ocurre a menudo en las representaciones del Tio, o Supay, relacionado iconográficamente
con la máscara de Diablo. Estas representaciones, propias del contexto minero,
son esculturas/instalaciones de diversos tamaños, que residen en el interior de
las minas. Su cuerpo en general está hecho con el mismo mineral que se obtiene
en la excavación y el rostro y las extremidades con barro. Los afilados dientes
pueden ser de vidrio y se dejan ver por la boca entreabierta para recibir
ofrendas de coca y cigarrillos.
Los
materiales con que está realizada la máscara de Diablo, latas de lubricantes,
bombillas, etcétera, la conectan con el mundo moderno, diabólicamente
cambiante, iluminado eléctricamente, lleno de contradicciones y movido por la
fuerza motriz de la máquina. Sus cuernos son otro atributo que remite al
diablo. Otros materiales, como las lentejuelas, le otorgan un brillo
generalmente exagerado. Los seres ctónicos -como reptiles- que la acompañan,
recuerdan su relación con la mina. Sus ojos desorbitados, recuerdan los de Xwé-Xwé, la máscara de la costa
Noroeste que Lévi-Strauss opone estructuralmente a la Dzonokwa. Indican,
llevados quizás por la misma cadena montañosa, un deslumbramiento similar
debido a la riqueza desmesurada, relacionada en el contexto minero con el robo
a las entrañas de la tierra y en el contexto capitalista contemporáneo (como en
la Fiesta del Señor del Gran Poder, Urkupiña y otras fiestas bolivianas) con el
comercio, actividad también alejada del paciente cultivo de la tierra y el
respeto por sus ciclos. Una interpretación del momento culminante de actuación
de la máscara en la Entrada, la derrota de Satán por Miguel, que desde el punto
de vista oficial representa la derrota de lo autóctono y el triunfo del
cristianismo, nos lleva a preguntarnos si no es posible que los cuerpos
“diabólicos” (o los aspectos y partes del cuerpo tenidos por tales por
cuestiones sexuales, raciales, etcétera), reprimidos en el tiempo ordinario,
sean construidos en la fiesta a través de la máscara, destinados a subvertir o
tensionar con su performance su sumisión a las formas cristianas, simbolizadas
por Miguel.
Quizás
sucede lo contrario a lo que se pretende mostrar desde un punto de vista
literal, y esta performance sirve para tomar oficialmente la calle y frente a
los que procuran cerrar el cuerpo cholo
[23]
como un todo homogéneo, abrirlo
a la fiesta y así exhibir formas diferenciadas y diferenciadoras de la nueva
burguesía mestiza. La desmesura moral del diablo construido en el discurso
iconográfico, es agenciada de modo tal que permite hablar a los festejantes,
quizás, de sus propias desmesuras “dionisíacas”, pese a la oposición “apolínea”
de los que se ubican del lado del “Bien” (las elites blancas, los grupos
pentecostales, el discurso folklórico, etcétera). Esta desmesura es evidenciada
tanto en las características de la máscara, como en el derroche de materiales,
litros de cerveza y, fundamentalmente, horas en que se permanece bailando.
Consideraciones
finales sobre las máscaras
Comparando
estas tres máscaras (Kanaga, Dzonokwa, Diablo) enseguida notamos que las mismas
comparten la estructura formal basada en un eje de simetría vertical. Quizás,
siempre dando la razón a Lévi-Strauss, es porque responden al pattern inconsciente de splits
representation (representación desdoblada) de que hablaba Boas y en la cual se inspira
el antropólogo francés para caracterizar las culturas de máscaras como
dualistas.
Quizás
este modelo se deba a diferentes procesos de síntesis a partir de la
simbolización de lo que constituye el signo principal del cuerpo, su cara o su
rostro, regido en su verticalidad por relaciones de simetría. La organización
simétrica en torno a un eje vertical parece ser la estructura compositiva
propia de las máscaras. Como lo señala el antropólogo norteamericano James
Clifford
[24]
, son sorprendentemente
reducidas las variables culturales en la representación de la cara, justamente
a causa de su simetría. En sus versiones más esencialistas (y retomando siempre
la idea de que la cara es el signo principal del cuerpo, lo que mejor lo
sustituye o “dice”), la vanguardia abstracta le otorgó al rostro un lugar
central, aunque debemos reconocer que eso no constituye ninguna novedad en la
historia del arte. Recordemos la obra póstuma de Alexej Jawlensky, un artista
ruso que participó con Wassili Kandinsky -de quien era amigo dilecto- del movimiento
expresionista Der Blaue Reiter, en su búsqueda (influida, como la de Mondrian, por
la Teosofía) de esencias visuales
[25]
.
La
segunda característica que los tres ejemplos analizados tienen en común, en su
conexión o hibridez con lo animal, propias del cuerpo carnavalesco o grotesco
según Bajtin. La Kanaga representa a un zorro con las patas extendidas, Ogo o Yurugu, castigado por Amma a causa de su hybris, e incapacitado de hablar y
engendrar, “crucificado” en el suelo desértico con las cuatro patas abiertas.
Dzonokwa recuerda al oso, tanto con su color negro como su pelaje hirsuto y
tupido. También al lobo, o a otros seres de la selva y la montaña. Al igual que
la Kanaga, no puede hablar. La
máscara de Diablo, por último, recuerda a la serpiente, al dragón y a otros
seres míticos y reales que se relacionan con la profundidad de la mina y la
proximidad entre ésta y el infierno. La acompañan sapos, culebras, lagartijas y
míticas salamandras.
El cuerpo y sus
relaciones con el Arte, el Mito y el Ritual
Pasamos
de la máscara al cuerpo en sí como potente símbolo artístico y cultural, ya que
pertenece a la identidad o “esencia” humana. Sin el cuerpo, el ser humano no
existiría. La existencia es corporal. Cada sociedad esboza, en el interior de
su visión del mundo, un saber singular sobre el cuerpo que se patentiza en
modelos. Ello es particularmente evidente en la historia de la representación
del cuerpo desnudo o vestido en el arte de Occidente.
En
las culturas premodernas, las materias primas que componen al hombre son las
mismas que le dan consistencia al cosmos y a la naturaleza. El cuerpo moderno
pertenece a un orden diferente. Implica la ruptura del sujeto con los otros
(una estructura social individualista), con el cosmos (las materias primas que
componen el cuerpo no encuentran correspondencia en ninguna parte, o se ven
reducidas a la “sección astrología”), consigo mismo (poseer un cuerpo más que
ser un cuerpo).
En
su texto más famoso, llamado justamente “El desnudo”, Clark demuestra la
preponderancia del canon masculino en el arte clásico. El origen de la búsqueda
de la Belleza y el Orden del Kosmos en el cuerpo desnudo masculino se
ubica en los Kuroi arcaicos, donde se evoca el ideal apolíneo de hombre
perfectamente bello, con su cuerpo ajustado a determinadas leyes de proporción,
por lo que participa de la divina belleza de las Matemáticas. Esta idea
corporal tenía influencia y era influenciada, por ideas provenientes de áreas
de producción y actividad diversa, como la arquitectura y sus analogías, como
por ejemplo “desnudo masculino=templo”, en el que el liso armazón del pecho se
sustenta sobre las columnas de las piernas
[26]
.
Posteriormente
Policleto y su influyente canon continuaron condensando en Apolo la Belleza
absoluta. Esta tradición se continuaría con el Apolo de Belvedere descubierto a
fines del siglo XV, considerada durante tres siglos la suprema obra universal y
el modelo absoluto de belleza masculina. La obra, copia romana de un original
en bronce griego clásico/helenístico atribuida a Leocares, se hizo famosa
gracias a Winckelmann, devoto de la belleza masculina y de esta obra como su
expresión máxima. Influyó a través de su palabra en los más importantes
escultores neoclásicos, como Canova y Thornvaldsen.
Venus de willendorf
En
la Grecia de los siglos VI y V a.C. no hay desnudo femenino por motivos
religiosos y morales. La transición la constituyen las korai, de ropaje ligero y
adherido, provenientes de Jonia al igual que la Filosofía.
Durante
el largo período Medieval, el cuerpo es puesto en penitencia. Con el
Renacimiento, el arte religioso utiliza deliberadamente la retórica corporal
para la pintura, como por ejemplo puede observarse en “La expulsión de Adán y
Eva del Paraíso” de Massaccio, tomada como objeto por el historiador británico
Michael Baxandall en su análisis de la relación entre el arte y otras
experiencias sociales
[27]
, en este caso la
inspiración a los pintores religiosos de los códigos corporales prescriptos
para los benedictinos en sus períodos de silencio.
‘La expulsión de Adán y Eva del
Paraíso’ - Massaccio
En
palabras de Baxandall:
Según
las indicaciones de esta retórica, leemos en la imagen de Massaccio que Adán
expresa vergüenza, Eva sólo dolor
[28]
.
Siempre
siguiendo las ideas de Clark, el lugar de Venus pasa a ocuparlo Eva en la
historia del desnudo artístico femenino. A partir de entonces, Venus es a veces
un simple sinónimo de desnudo femenino en arte, sin significación simbólica o
mitológica, a no ser por algunos atributos convencionales. Entre éstos se
cuentan el espejo, las palomas o cisnes blancos y las rosas rojas, símbolo de
la castración de Uranos por Cronos, su hijo. De la espuma resultante de la
mezcla de la sangre con el agua del mar nace Afrodita, que en el Olimpo
funciona como la contraparte “donjuanesca” (si esa expresión cabe para una
mujer) del siempre dispuesto Zeus. Venus es la designación romana de Afrodita.
‘Concierto Campestre’ –
Giorgione
‘Venus de Urbino’ - Tiziano
Como
dice Clark, los cuerpos han perdido toda sensación de virginidad gótica,
refiriéndose a que no hay nada de religioso ni apolíneo en ellos, y que la
imagen corresponde a una Venus naturalis.
[1] GEERTZ, Clifford: 'La interpretación de las
culturas'. Barcelona, Gedisa, 1990.
[2] BAJTIN, Mijail. 1987. 'La cultura popular en
la Edad Media y el Renascimiento. El contexto de Francois Rabelais'. Madrid,
Alianza Universidad, 1987. Este influyente intelectual ruso, plantea un análisis
de la cultura festiva o carnavalesca que ha resultado canónico. A menudo se
recurre a nociones bajtinianas, principalmente relacionadas con el cuerpo. Al
cuerpo maduro o clásico, sin brotes, protuberancias ni marcas del Renacimiento
o de la muerte, se opone el cuerpo festivo o grotesco, propio del Carnaval. Su
caracterización del Carnaval como desafío de la razón (con ciertos rastros de
binarismo provenientes del estructuralismo), permite oponer culturalmente
posiciones valorativas y jerárquicas y relacionarlas con órganos, aparatos y
funciones del cuerpo, como alto y bajo, cabeza y genitales, etcétera.
[3] ANDERSON, Benedict: 'Comunidades
imaginadas'. México FCE, 1993.
[4] El término performance posee varios significados, y se utiliza en
diversos contextos científicos y artísticos, así como en la existencia
cotidiana. En el campo en que nos estamos moviendo, performance equivale a “experiencia”. Prefiero
utilizarlo en inglés, incluyendo la performatividad o acción creadora a que alude el término en su
lengua original, tal como veremos más adelante.
[5] LÉVI-STRAUSS, Claude: ‘Antropología
estructural’. Buenos Aires, Eudeba, 1984. // ‘El pensamiento salvaje’. México,
FCE, 1990.
[6] ELIADE, Mircea: ‘Lo sagrado y lo profano’.
Guadarrama, Madrid, 1981. // ‘Mito y realidad’. Barcelona, Punto Omega, 1985.
[7] GISBERT, Teresa: ‘Iconografía y mitos
andinos en el arte’. La Paz, Gisbert, 1987.
[8] LEACH, Edmund: ‘Sistemas políticos de la
Alta Birmania’. Barcelona, Anagrama, 1976.
[9]
TURNER, Victor y Edward
BRUNER (ed): ‘The Antropology of Experience’. Urbana, University of Illinois
Press, 1986.
[10] NUSENOVICH, Marcelo: ‘Análisis de un
universo simbólico. La máscara Kanaga de los Dogon’. Córdoba, Graff, 1991.
[11] BOAS, Franz: ‘El arte primitivo’. México,
FCE 1947.
[12] El resultado de una investigación realizada
en el Museo de Antropología de la Universidad de British Columbia como parte de
una beca, quedó registrado en varias ediciones de la revista Centro Cultural
Canadá, en cuya sede pueden consultarse. Véase, por ejemplo: NUSENOVICH,
Marcelo: ‘Las máscaras en la costa del Pacífico canadiense’. En Revista del
Centro Cultural Canadá N°9. Córdoba, Centro Editor, 1994.
[13] NUSENOVICH, Marcelo: ‘Cuando el diablo
baila en las fiestas: la máscara de diablo en la Diablada de Oruro (Bolivia)', en DE GRANDIS, Rita (Ed.) Research in
Progress N°2. Vancouver, Simon Fraser University, Department of Spanish and
Latin American Studies, 1993.
[14] Los sacerdotes partían de la premisa de que
la única manera de instalar la religión verdadera era el borramiento del
pasado. Por ello atacaron principalmente los rituales, sobre todo los de
pasaje, dado que en ellos veían el peligro de reproducción de los valores demoníacos.
Otro frente de ataque lo constituyó el amplio espectro de especialistas
religiosos y médicos, que los españoles homogeneizaron en la categoría “hechiceros”.
Como se desprende de la lectura de ciertas Cartas Anuas del Perú, y de textos como los de Garcilazo de la Vega, o el Jesuita Pablo Joseph de Arriaga, o Acosta, etcétera, la prohibición iconográfica y la censura
a la embriaguez y al trance alucinógeno, se relacionaban con la “idolatría” y
por tanto (en la imaginación jesuítica) con lo demoníaco. SALAZAR-SOLER, Cármen:
‘Embriaguez y visiones en los Andes. Los Jesuitas y las borracheras indígenas
en el Perú (Siglos XVI y XVII)’ en Saignes, Th. (Comp.) ‘Borrachera y memoria. La experiencia de lo
sagrado en los Andes’. La
Paz, Hisbol, 1993. [15] La Diablada de Oruro es el símbolo central del famoso carnaval de
esa ciudad, uno de los más conocidos del mundo. Los orígenes de este conjunto
son muy antiguos, y sus principales personajes son: Lucifer, Diablos, Miguel,
China Supay y los Siete Pecados Capitales. El Oso y el Cóndor son agregados
posteriores.
[16] ABERCROMBIE, Thomas: ‘La fiesta del
carnaval postcolonial en Oruro: Clase, etnicidad y nacionalismo en la danza
folklórica’. Revista Andina
10(2):279-352. Cuzco, 1992.
[17] BAJTIN, Mijail: Op. Cit.
[18] Hemos extraído estos datos de ALDEA,
Quintin, Tomás MARÍN y José VIVES: ‘Diccionario de Historia Eclesiástica de
España’. Madrid, Consejo
Superior de Investigaciones Científicas, 1972.
[19] San Miguel tiene otra aparición importante en la iconografía
cristiana, que consiste en pesar las almas de los muertos en el Juicio Final, lo cual lo relaciona con Hermes y Mercurio; por eso a veces, lleva caduceo y sombrero alado.
Siempre lleva una balanza, a veces con un minúsculo cuerpo desnudo en cada
platillo, uno más pesado que el otro. Como deidad meteorológica, encontró muy
buena acogida en América, donde se lo asoció al rayo, como a Santiago, por el fulgor de su espada. Acerca de la
identificación de Miguel con dioses griegos y americanos, consultar GISBERT,
Teresa: Op. Cit.
[20] Nos inspiramos en esta noción de “cara” como
signo principal del cuerpo en DELEUZE, Giles u Félix GUATTARI: ‘Mil mesetas.
Capitalismo y esquizofrenia’.
Valencia, Pre-textos, 1995.
[21] Llamamos “parte” a cada uno de los elementos
que pueden desarmarse en una máscara contemporánea de hojalata. En otras
oportunidades, llevando la noción de haces de significado de frases (mitemas) a
la de unidades dramáticas o “ritemas”, llamamos “mascarema” a cada una de estas
partes. Con esta metodología, hemos realizado las interpretaciones mencionadas
de la máscara Kanaga y de
Diablo. [22] LÉVI-STRAUSS, Claude: ‘La vía de las máscaras’, México, Siglo XXI, 1979.
[23] Cholo es un término, normalmente peyorativo, usado en
algunos países de América Latina, y que generalmente indica el gentilicio de la
población de sangre mixta o india, o también de rasgos indígenas de América.
[24] CLIFFORD, James: ‘Itinerarios culturales:
Arte, antropología y literatura en la perspectiva posmoderna’. Barcelona,
Gedisa, 1995.
[25] Jawlensky era un aristócrata
ruso, que a fines del siglo XIX, llevado por cuestiones artísticas, se instaló
en Munich, que era un centro importante de la vanguardia europea. En París,
conoció a Matisse, Cézanne y Gaughin. Accedió fundamentalmente al simbolismo
gracias al padre benedictino y pintor Willibrod Verkade, que formaba parte de
los Nabis (un importante grupo simbolista francés) y había sido alumno de
Gaughin. Los efectos de la Primera Guerra Mundial resultan desastrosos para
Jawlensky y su familia, que deben abandonar Alemania y radicarse en Suiza y
luego en Italia. En ese período comienza a producir sus pinturas en serie, en
torno al tema de la cara, que recuerdan los íconos o pinturas religiosas que
contempló en su infancia. Vuelto a Alemania en la década de 1920, integró con
su amigo Kandinsky y otros artistas (Feininger y Klee) el grupo “Los cuatro
azules”. A fines de esa década comenzó a padecer una dolorosa enfermedad que
sería causa de su muerte, una artritis deformante. En la década de 1930, la
enfermedad le obligó a reducir el tamaño de sus cuadros. A fines de la década,
comienza una nueva serie de rostros limitados aún más a lo esencial. Los pinta
con el pincel atado a sus manos. La serie, llamada “Meditaciones”, se integra
con casi setecientos rostros. Los enormes y abiertos ojos bizantinos de su
estilo anterior se cubren ahora con líneas horizontales. Jawlensky definió sus
Meditaciones “Diálogos entre Dios y yo” o bien “Oraciones a Dios”. Ni el dolor
ni la enfermedad impidieron que fuese incluido en 1933 en la lista de pintores
degenerados por los nazis. Sufrió una parálisis total que lo postró por tres años
hasta su muerte, que ocurrió en 1941, con setenta y siete años. Como dice Angélica
Jawlensky de “Meditaciones”: “Con formas ovales fuertemente contorneadas y
colores luminosos, el pintor quiso representar la eterna polaridad del alma
humana: demonio-ángel, bondad-maldad, sensualidad-espiritualidad”. JAWLENSKY,
Angélica y Gabriela de Millia: ‘Los colores del alma’, en FMR N°9. Barcelona,
Ebrisa, 3/1991.
Jawlensky - Abstract Head
[26] CLARK, Kenneth: ‘El desnudo’. Madrid, Alianza, 1987, Pág. 34.
[27] BAXANDALL, Michael: ‘Arte y experiencia
en la Italia del Quattrocento’.
Barcelona, Gustavo Gili, 1986.
[28] BAXANDALL, Op. Cit., Pág. 85/86.
En algunos rituales de índole
religioso, el portador de la máscara invoca (o evoca) al espíritu representado
y generalmente son los brujos de las tribus los que las utilizan con la intención
de ser poseídos por él. En otros, representan deidades o seres mitológicos y el
que las porta debe respetar los rigurosos procedimientos para su confección,
para que su poder pueda ser controlado.
África es el continente donde la máscara
tiene valor simbólico por excelencia, siendo utilizadas para rituales de
fertilidad, de iniciación y también en los funerales en los que se intenta
atrapar la fuerza vital de alguien que muere para evitar que haga daño a los
vivos, honrar al muerto y conectar su espíritu al espíritu universal; y su
aspecto aterrador tiene el objetivo de ahuyentar a los espíritus malignos. En
la mayoría de los rituales fúnebres sólo intervienen hombres y la calidad de
las máscaras depende de la categoría a la que pertenecía el fallecido. En Costa
de Marfil y Malí, se realizan rituales nocturnos con máscaras que se asemejan a
cocodrilos con cuernos de antílope, símbolos de la buena relación entre los
vivos y los muertos. En Nueva Guinea, los nativos utilizan máscaras con forma
de lechuza que son las encargadas de cuidar a los niños.
En países asiáticos representan
dragones y animales mitológicos. Por ejemplo, en China se utilizan máscaras de
dragones principalmente en las festividades de Año Nuevo.
Las máscaras precolombinas eran
piezas artísticas de piedra con valor sagrado. Los aztecas les atribuían
poderes mágicos y las utilizaban para proteger a los muertos, acentuando sus
rasgos con piedras preciosas. En la selva amazónica de Perú y Brasil, algunas
tribus elaboran máscaras de madera decoradas con plumas y semillas con formas
de animales inspirados en sus mitos.
En el Norte de los Estados Unidos y
Canadá existen nativos que tallan sus máscaras con la madera de un árbol vivo
al cual, siguiendo el ritual, le tienen que pedir permiso para su confección.
Si el árbol le da su consentimiento, ellos le ofrecen tabaco en señal de
agradecimiento; la danza alegórica aumenta el efecto del espíritu que
representa la máscara.
La
Kanaga es hecha por cada bailarín, la Dzonokwa es obra de especialistas, la de
Diablo está inmersa en un contexto de producción capitalista. Sus performances, permiten relacionar a la
Kanaga con la de Diablo, ya que ambas bailan con coreografías y pasos
tradicionales, que requieren de una técnica corporal precisa. La Dzonokwa, en
cambio, es una máscara torpe y solitaria, quizás porque se relaciona con lo
asocial.
Con
la intención de presentar un ejemplo de la vastedad del tema, comentaremos un
texto clásico del importante historiador del arte británico Kenneth Clark, en su
estudio sobre el desnudo masculino y femenino en la historia del arte.
Mientras
el desnudo masculino representa la Belleza divina, el cuerpo de la mujer se
relaciona en general con el erotismo. Platón, en “El Banquete”, observa que
existen dos tipos de Venus, diosa que representa ese otro tipo de Belleza,
relacionada con el goce erótico. Una Venus celestial (coelestis) y otra vulgar
(naturis), que se podía purificar y dejar de ser vulgar, por medio, como lo
observa Clark, de la simetría, la medida, el principio de subordinación y otras
características apolíneas o masculinas.
“Afirmación:
Levanta tu brazo suavemente… para que el dorso de la mano enfrente al
observador.
Demostración:
Algo que uno ha visto puede ser señalado abriendo la palma de la mano en su
dirección.
Dolor:
Apretar el pecho con la palma de la mano.
Vergüenza:
Cubrir los ojos con los dedos.”
Así
como existe un canon apolíneo, existe otro venéreo (relacionado con Venus), que
se expresa generalmente en un tercer género “Venus yacente”, inventado por
Giorgione (en su obra “Concierto Campestre”) y desarrollado por Tiziano, ambos
en Venecia.
NOTAS